Estas últimas semanas se ha notado un gran incremento de las noticias que nos alertan sobre el cambio climático y sus efectos perjudiciales para la especie humana, sobre todo a raíz de conclusiones de estudios científicos que muestran un futuro cada vez más desalentador. Si bien hace unos años se hablaba del problema como una hipotesis bastante segura, ahora ya podemos afirmar que el cambio climático está aquí: No se producirá: se está produciendo.
Cuando se alerta sobre este tema se hace mucho en relación a la subida del nivel del mar, lo que puede provocar la desaparición de muchas ciudades bajo las aguas marinas, pero a veces se olvida el riesgo asociado a los cambios climáticos concretos de cada zona y cómo afecta esto a la fauna y flora que la habitan. Las aves migratorias son las primeras que nos informan de que algo no marcha bien, y como ejemplo vemos que a La Albufera (Valencia) este año están llegando muchas menos aves de lo que es habitual: dado que en sus países de procedencia (norte de Europa) las temperaturas son anormalmente altas, estas especies se olvidan de emigrar.
El cambio climático no sólo provoca que dejen de venir visitantes habituales, sino que además hace aparecer nuevas especies que habitualmente habitan más al sur de nuestras latitudes o acelerar el desarrollo de otras que, siendo ya conocidas por nosotros, tienen habitualmente una colonia controlada. Un ejemplo claro es el de los mosquitos, a los que las inhabituales altas temperaturas les permiten vivir más tiempo y en ciclos de desarrollo más cortos que los habituales, lo que les convierte en unos potenciales transmisores de enfermedades que nunca se habían desarrollado en esta zona o que ya estaban incluso olvidadas. Estamos hablando, por ejemplo, de la malaria, la fiebre amarilla o el virus del Nilo Occidental.