El moho que no vemos porque está oculto tras las paredes, detrás de cajas en un almacen o en el sistema de aire acondicionado puede destruir la estructura de los edificios y provocar enfermedades a la gente que vive en ellos.
Pese a ser una amenaza tan clara, a menudo no se le da al problema la importancia que tiene. Es una cuestión de percepción (ojos que no ven...), simplemente porque es algo que no se detecta a simple vista no se toma en cuenta. En cambio, sí que reaccionamos ante, por ejemplo, una pequeña mancha negra en la ducha.
De todos modos, no debe cundir el pánico, ya que no estamos ante un problema generalizado porque la mayoría de los edificios no tienen focos importantes de moho. Eso sí: deben adoptarse medidas preventivas referidas a la ventilación o las fugas de agua (el moho sigue al agua).
Incluso en los lugares donde existen concentraciones de moho, el problema puede no ser grave si no afecta a las personas (asmas, alergias causadas por las esporas, etc.) o a los elementos estructurales de la construcción. Otra cosa ocurre cuando los hongos empiezan a alimentarse de los marcos de las puertas, el papel de las paredes, etc. Si no tomamos medidas, el moho avanzará hasta que se coma la casa entera.
La mejor prevención es la ventilación y la ausencia de humedad: abrir la ventana después de tomar una ducha o fregar el suelo, instalar deshumidificadores, vigilar especialmente las alfombras... también deben realizarse revisiones periódicas en aquellos lugares más susceptibles de acumular humedad. Como hemos dicho anteriormente, muchas veces el moho se forma en rincones o lugares escondidos, por lo que si no vigilamos podemos detectar el problema cuando sea ya muy importante. Especial atención merecen, además, los edificios antiguos, ya que el paso del tiempo facilita la presencia de más factores de riesgo.